Suena el despertador y el reloj señala las
intempestivas seis de la mañana. Por fin ha llegado el esperado día de la
maratón de Coruña, una de las fiestas más especiales para cualquier coruñés que
se dedique a la locura esta del atletismo. Atrás quedan los meses previos de
duros entrenamientos en el desapacible invierno gallego, y los dolores que
acompañan a cada uno de ellos al día siguiente. Hoy es el gran día. Débora y yo
esperábamos ilusionados esta carrera para intentar alcanzar nuestras
metas...nuestros sueños...ridículas para muchos...maravillosas para nosotros.
Nos levantamos de la cama con cuidado para no despertar a la peque, que hoy se
quedará con los abuelos para que sus papis puedan cumplir sus sueños.
Preparamos el desayuno y, mientras lo hacemo,s un hormigueo nervioso hace acto de
presencia en mi estómago. Las seis y media y
nos ponemos a desayunar tranquilamente, pero en ese momento suena el
teléfono de Débora, nos miramos mientras ella se levanta, y ambos sabemos lo que ha ocurrido...
Llevaba una semana en el hospital muy grave, y
estábamos avisados por los médicos desde hacía días de que no saldría adelante,
salvo un milagro. Desgraciadamente los milagros son esquivos, y a los pocos
segundos de descolgar el teléfono, el rostro arrasado de lagrimas de Débora
confirma la triste noticia que ya
esperábamos, y que no por ello deja de ser uno de los golpes más duros que uno
puede recibir en su vida. Ella ha perdido a su padre....
Lógicamente se derrumba, nos abrazamos y
dejamos que el silencio nos acoja durante unos interminables momentos.
La madre de Débora está en el hospital clínico
de Santiago, y lógicamente debemos partir hacia allí. La carrera de hoy ha
perdido todo su protagonismo y ya no importa en absoluto, ....¿o sí?.
Una idea se forma en mi cabeza, y dejo que
Débora se serene en la medida de lo posible. Cuando consigo reunir las
suficiente fuerzas le pregunto si va a ir a la carrera. La respuesta como es
lógico y natural es negativa (yo mismo, y creo que cualquiera hubiese
contestado lo mismo). Sé que ir ahora mismo a Santiago es lo que debemos hacer
pero, si lo pienso fríamente, ahora ya no hay prisa, desgraciadamente ya no hay
ninguna prisa... Entonces le digo que este día podemos recordarlo de dos
formas, como el triste y oscuro día en que falleció tu padre y nos pasamos todo
el día lamentando su pérdida, o como el día en que corriste en Coruña, bajo un
precioso día primaveral, para honrar la memoria de tu padre y dedicarle cada
gota de sudor que puedas derramar. La respuesta sigue siendo negativa, y lo
comprendo perfectamente. Es muy fácil decir eso para alguien que no acaba de
perder a su padre, pero el valor necesario para hacerlo está al alcance de muy
pocos elegidos.
A duras penas terminamos nuestro desayuno entre
unas pocas palabras. Me visto y me preparo para el viaje. La conversación que
hemos tenido solo hace unos minutos ha germinado en el interior de Débora, y
cuando menos me lo espero florece, y ella me sorprende diciendo que quiere
participar en la carrera, y que poco le importa lo que puedan pensar los demás
sobre lo que hará hoy. Que lo va a hacer por ella, y sobre todo por su padre.
Me emociono, la abrazo y lloramos juntos. Sé que es una mujer fuerte, pero lo
que acababa de escuchar superaba todas mis expectativas.
Durante el trayecto a Coruña le digo a Débora
que iré con ella durante la carrera si no le importa, a lo que me contesta que
no es necesario, que haga mi carrera, pero mi corazón grita desesperadamente
que debo permanecer a su lado en todo momento y cruzar esa línea de meta a su
lado, y así lo haré. Después tratamos de distraernos hablando sobre la carrera,
los tiempos, los ritmos, de nuestros compañeros del CAS, y de cualquier otro
argumento que ahuyente la alargada sombra de la muerte.
Llegamos al obelisco a tiempo para la
fotografía inicial del CAS. Tenemos la intención de mantener lo ocurrido en el más absoluto secreto. No es
necesario teñir de sombras un día tan especial para todos nuestros compañeros.
Saludos aquí y allá con la dificultad que entraña mantener la compostura en
esos momentos. Ella aguanta estoicamente sin derramar ni una sola lágrima (que
fuerte eres...). Nos hacemos la fotografía, y dan la salida a la carrera de
handbikes (que mérito tienen est@s chic@s) y al Maratón. Nos quedan 15 minutos
para la salida del 10K y decidimos que es hora de calentar un poco, de forma
que correteamos por la calle Real un ratito para entrar bien en la carrera.
Cuando llega el momento, nos dirigimos a los cajones de salida y buscamos el
grupo de entrenamientos del CAS en el que debe ir Débora (57:30), nos ponemos
detrás de él y esperamos el disparo de salida.
En el primer kilómetro nos arrastra la marea de
corredores a un ritmo más alto del que debemos mantener, pero es normal y contábamos
con ello. Para mi sorpresa, transcurrido este kilómetro, Débora sigue tirando
muy fuerte, tanto que cuando pasamos a la altura del Colón rodamos a 4:40 (increíble!!!).
Le digo que puede aflojar un poco si quiere (tengo miedo de que después pague
el esfuerzo...), me hace caso y comenzamos a rodar en los 5:30 previstos. Se le
ve bien, entera y fresca, y yo no doy crédito a lo que veo. Cuando comenzamos
el paseo marítimo, en la zona de la torre de control, subimos la primera rampa
de la carrera sin mayores inconvenientes. El ritmo sigue siendo muy bueno. Yo
no le digo nada para no agobiarla, prefiero que haga la carrera que ella quiera
sin exigencias. Casi sin darnos cuenta llegamos a la cuesta de Adormideras, y
aquí sí la veo sufrir, pero lucha, se esfuerza y llega arriba con un gesto de
rabia y coraje en su rostro. Recuperamos el ritmo de rodaje hasta la casa de
los peces y giramos hacia la meta, ya falta poco. Comienzo a animarla tímidamente,
pero creo que no es necesario, destila determinación en su mirada... Faltan dos
kilómetros a meta, y yo ya estoy seguro de que lo va a conseguir, pero sigo
animándola. Para mi sorpresa cuando entramos en el último kilómetro cambia de
ritmo y rueda cerca de los 5:00 minutos / kilómetro, empujándome y obligándome
a esforzarme. María Pita se acerca y ella sigue empujando. A falta de 100
metros vuelve a cambiar y esprinta, no salgo de mi asombro... Cruzamos la meta
en 55:01 pulverizando el objetivo marcado para esta carrera y rebajando en más
de 8 minutos su marca del año pasado. Acaba de hacer algo alucinante. Eres muy
grande Débora, y es un privilegio poder compartir mi vida contigo. Puedes
conseguir todo lo que te propongas, nunca te pongas límites. Al detenernos nos
fundimos en un abrazo y lloramos, recordando a su padre y dedicándole cada
latido de nuestros rotos y agotados corazones. Va por ti Juan... va por ti...
Cada año, cuando llegue esta carrera, será la
Maratón de Coruña pero, a partir de ahora, también será la carrera de Juan, y
año tras año se la dedicaremos a su memoria, y él nos hará volar hacia la meta.
Nos quedan por resolver unas cuantas cosas aquí
abajo, pero pronto nos veremos. Gracias por todo Juan, descansa en paz.