Que esto quede entre nosotros, yo no quería
escribir una crónica, en serio ¿a quién coño le puede interesar que te pegues
la paliza de tu vida y después vayas y lo casques? La gente tiene cosas mejores
que hacer que leer epopeyas de puriles aburridos. Pero si todos los días te están dando la brasa de que
tienes “la obligación” de escribir la crónica, “es tu primera maratón”, ¡Joder!
Si lo sé me quedo en casa, porque no se que será peor. Y al final la escribes,
que remedio, sabes que estos pesaditos te van a estar con la cantinela todos
los días. Porque correr no correrán un pijo, pero a cabezones, si se lo
proponen, no les gana nadie. Así que voy a ello que ya estoy tardando.
Mi historia, como la de otros muchos, un día
decides hacer la maratón quizás porque después de tres años y medio corriendo,
más de ochenta pruebas, trece medias maratones, ya parece que tocaba.
Vamos que si no has corrido una maratón eres un pringado en este mundillo. Has
oído hablar tantas veces de lo especial y épica que resulta esta distancia,
que sólo hacía falta que un buen día que te pillen despistado. Y también
hay que decirlo, yo que me dejo liar fácil, siempre he sido un inconsciente,
así que para cuando quise reaccionar ya estaba entrenando para ella.
Fueron tres meses de entrenamientos programados
por el Mister, que por cierto no tiene ni pajolera idea de esto, pero mola
mucho y nos hace reír un rato, aunque la verdad, el que más se ríe es él, nosotros somos los que
vamos con el hígado fuera. Quizás no siempre hicimos los entrenos pautados al
pie de la letra, bueno casi nunca, y
aunque solo fuese por las risas y las cañas del final, casi, y digo casi por decir, me apuntaría a
repetir curso. Yo siempre fui por las cañas, pero ellos no lo saben. Vi un
grupo que le llamaban la Caña
del INEF, y me dije, ahí quiero estar yo. Y estoy, pero aquí esperando que
pongan el grifo y continuo esperando. A veces estas cosas van lentas. Es como
una prueba que te hacen para ver cuanto aguantas. Y yo sigo.
Estaba también el amigo Jesús Paleo, del que
siempre me pregunté ¿Cómo coño hace para correr tan tieso?, y allí lo vi claro,
llevaba una camiseta de al menos dos tallas menos, él la llama Vintaje, pero yo
no veo qué ventaja puede tener con ella,
lo difícil que debe ser hasta para respirar, y luego se extraña de esos
caretos en las fotos. En fin, que también se nos sumo Carlos Amor al
grupo, Carlos es el típico atleta que si lo ve mi abuela
que en paz descanse, lo tiene sentado un mes en la cocina con caldo de berzas y
aceite de ricino hasta decir basta, que no me extraña que luego entre dando
tumbos. Ya le dije a mitad de carrera a Inés, dale un ajo a ese hombre que se
nos muere.
Dicen que tu primera maratón es especial,
recuerdo las palabras de Toño el día antes de la carrera “y que no me entere
que no te emocionas al llegar a meta”, y lo cierto es que, excepto la empatía
de ver a mis compañer@s llorando y abrazándose, no advertí ningún otro
sentimiento especial, al no ser una mezcla entre ganas de ir al baño y de
vomitar, que no sabía por cual decidirme.
Quizás fuese la soledad de quien observa su
propio cuadro, o quizás la nostalgia de pasar página de una bonita historia,
cuyo eco perdurará escrita en el tiempo, hasta que alguna tarde en las pistas
del INEF, entre risas y sudores alguien recuerde alguna anécdota divertida, que
nos vuelva a transportar aquel día en el que la indomable Noelia conquistó en
Oza al hombre del mazo, el día en el que Jesús LP nos enseñó que no hay
mejor motivación que las palabras que llegan al corazón, ese día en el que
Carlos Amor se convirtió en un héroe para alegría de los presentes, el mismo
día en que brilló magnífica la teniente Inés, aquel día en el cual, a mis
cuarenta y ocho años, me convertí en Maratoniano.
La
línea de meta simboliza el final de una aventura, que comenzó tres meses antes
con la decisión de aceptar el reto, de asumir la preparación y el riguroso
entrenamiento. Pero lo que realmente apasiona es el camino que hay que andar
hasta al fin situarse en la línea de salida. Todos los momentos compartidos, la
complicidad creciente con tus compañeros de fatigas, es lo que te implica en el
reto, lo que te va forjando mental y físicamente, lo que te hace amar este
deporte, lo que estrecha lazos de unión inquebrantables.
Gracias
chic@s por acompañarme en el viaje. Gracias CAS por ser como sois.
Segis.